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Rafael Soler: “El antifascismo es una corriente contra la intromisión en los derechos humanos”

  • Foto del escritor: Sergio Serrano
    Sergio Serrano
  • 11 may 2022
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 16 may 2022

“Yo era un buen chico hasta que entré a trabajar en Astilleros y empecé a notar las putadas”. Así habla Rafael Soler de su juventud. Esa que hoy queda tan lejana y de la que solo retiene recuerdos. Recuerdos tales como la lucha en las clandestinas Comisiones Obreras. La militancia en el Partido Comunista, una vida repleta de viajes y aventuras en la marina mercante, la primera alcaldía en democracia de Pinedo… Son recuerdos que marcarán para siempre su memoria.


“Es una corriente humanitaria y cívica contra la intromisión en los derechos humanos”. Así define Rafael Soler el antifascismo con el que tanto se identifica. Pero antes, mucho de antes de serlo Rafael fue muchas cosas. Fue estudiante en los Salesianos de Valencia. Un buen chico, según cuenta. Un niño que vivió de cerca el todavía presente caciquismo de la postguerra en los pueblos de España. Un caciquismo del que recuerda cosas como aquellos: “Eh niño, no te he visto en misa esta mañana”. Las procesiones religiosas le aterraban. Pero más miedo aun le daba el cacique de turno.


Años más tarde empezó a trabajar en los astilleros de Valencia. “En Pinedo morían jóvenes por el amianto del puerto”, recuerda entristecido el exalcalde de la pedanía valenciana. Y añade: “Yo tengo los pulmones tocados, me falta más de un 30 % de capacidad respiratoria”.


Vivir la crudeza de la falta de derechos laborales le llevó a enrolarse en las todavía clandestinas Comisiones Obreras. Era el año 1971. “Teníamos que reclamar derechos laborales. Luchábamos por lo básico”, cuenta Rafael, evocando así un tiempo de lucha y oposición a la dictadura. “Me detuvieron un par de veces. Me aplicaron la Ley Antiterrorista”, recuerda. Jamás sufrió torturas, sin embargo, recuerda como muchos de sus compañeros no pueden decir lo mismo.


De la dictadura recuerda también la censura de la lengua valenciana. “Estaba mal visto hablarlo. Si te oían te decían que hablaras en cristiano”, recuerda con una sonrisa entre dientes. Aunque si de algo se acuerda bien es de las discusiones con su padre. Una vida en la oposición al régimen no solo te jugaba malas pasadas fuera de casa. También dentro. “Mi madre se llevaba muchos disgustos, era una pelea continua sobre política”, recuerda. Y añade: “Podías ser un trasto de persona, pero no podías poner nada en duda”.


Y entonces, llegó la transición. Y con ella la democracia. Rafael lo recuerda como “un periodo muy interesante”. En 1979 los socialistas se hacen con la alcaldía de Valencia gracias al apoyo del Partido Comunista. Al PCE se le concede la alcaldía pedánea de Pinedo y Rafael Soler se convierte en el primer alcalde de la democracia en el pueblo. “Los funcionarios del ayuntamiento no te hacían caso ni conocían a los pedáneos. Comenzamos a crear una personalidad para las pedanías”, asegura el exalcalde. Rafael fue alcalde hasta 1991 en un pueblo que, a pesar de tener un potencial votante conservador, le tenía mucho cariño.


“La educación es muy importante. Yo recibí una educación monolítica”. Así habla Rafael sobre la importancia de educar a nuestros jóvenes. Contarles lo que ocurrió, aunque destaca que, sin odio, sin deseos de venganza, y, sobre todo, sin olvido. “No debemos olvidar, aunque sí que hay que superar lo que ocurrió”, sentencia en todo conciliador el que fue alcalde, sindicalista, trabajador y, sobre todo, una pieza de la historia de la democracia española.


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Rafael Soler en su casa de La Yesa

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