top of page

Tiempo Pequeño

  • Foto del escritor: Sergio Serrano
    Sergio Serrano
  • 7 mar 2022
  • 2 Min. de lectura

Actualizado: 26 abr 2022

La pequeña casa de Ayódar donde vive María tiene solo una ventana. Desde sus empañados cristales, el sol de la mañana deja ensombrecida la barra de caoba que atraviesa la cocina del modesto domicilio. Tiempo atrás fue uno de los pocos bares del pueblo. Botellas de mistela, whiskey y ginebra recorren la barra evocando un tiempo pasado, como si de pronto alguien fuese a servirlas a algún cliente. Sobre esa barra repleta de recuerdos reposan una docena de manzanas asadas recién hechas. El olor impregna el lugar, y un aroma dulce y melancólica hacen respirar otro tiempo. Un tiempo más lento.


Un Tió saluda en la entrada. Cuando corres las cortinas de canutillo ennegrecidas por el paso de los años, el carismático muñeco catalán te recuerda una España de emigrantes. Una España más triste, más gris, cuyos vestigios viven aun en muchas de las aldeas y pueblos que cubren nuestras montañas y valles.


Los retratos que lucen en el salón construyen una historia inmortalizada. Hijos, nietos y sobrinos adornan el lugar. Una foto del Che con la mirada fija en el horizonte preside la estancia y recuerda que María cruzó una vez el mar para conocer la ya tan lejana Cuba de la revolución. El retrato luce sobre una pared alicatada de viejos azulejos azules y blancos que se extienden por todo el lugar. La estufa de leña, junto a unos viejos retratos de María y su difunto esposo hacen pensar que, en un lejano día, las cosas fueron muy diferentes.


ree

Imagen original extraída del rodaje audiovisual "No es país para viejos"


María, como muchos otros emigrantes, huyó de Barcelona, escapando del hambre y la guerra. Los azares del destino la llevaron tras muchos años a Ayódar y es allí, entre montes y prados donde pretende vivir los muchos años que aun le quedan de vida.


María es la viva imagen de quien, después de luchar toda una vida ahora descansa. Padeció la guerra. Como todos. Su suegro fue asesinado por los nacionales. Pero eso ya quedó muy atrás. Hoy, su día a día transcurre con una tranquilidad propia de los pueblos envejecidos. Sus tardes se llenan con la brisa fresca que hace temblar las hojas de los olivos del pueblo y la paz que respira contrasta con las avenidas repletas de gente de la vieja Barcelona, esa que tanto echa de menos.


Pero Ayódar es otra cosa. Ayódar son paseos con Encarna, las tardes en el centro de jubilados, las caras conocidas. Las canas y arrugas en los rostros helados de quienes descansan en los patios de las casas. Los portales vacíos, las calles desiertas. El sonido lejano del agua, el olor a leña y humo que despierta de las chimeneas. El bar calle abajo que reposa sobre el río. El viejo lavadero con la piedra pulida por el uso, que un día fue lugar de reunión de hijas y madres, y cuyos rostros se exponen hoy en el lugar. Todos ellos acompañan a María cada vez que sale a la calle. Todos son testigos de sus pasos. Y cuando levanta la mirada se funde en una con el lugar. Un lugar eterno en el tiempo y en la historia.




Comments


bottom of page